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La Leyenda

Dicen que en la tierra de Breogán, cerca de Finis Terrae, habitaba una bella feiticeira con su hijo. Vivía la mujer de las buenas artes, preparando filtros amorosos y remedios para las dolencias.

La hija del señor del reino, envidiosa por su hermosura, intrigó para que su padre la condenase a muerte acusada de magia negra.

Quiso el rey, no obstante, dar una oportunidad a la joven, le dijo que solo salvaría su vida si era capaz de preparar un brebaje que aliviara de todos los males del mundo. Para asegurarse de que no huía retuvo a su hijo en la torre del castillo y le dio de plazo hasta el día que “la oscuridad es breve como el rayo y la luz se alarga como el océano”, de otro modo ella y su hijo serían quemados en las hogueras con que, en el reino, se celebraba la llegada del verano.

Intentó la mujer hallar en los libros de hechizos y pócimas aquella que diese gusto al monarca, pero no encontrando solución decidió, desesperada, viajar a tierra de moros a consultar a un sabio del que muy bien le habían hablado.

Encontrado el anciano, éste, se apiadó de la mujer y le entregó un caldero de cobre con cucúrbita y un tubo en forma de bicha, al que por tal suerte llamaban serpentín. Le aseguró el sabio que con tan curioso caldero podría extraer la esencia de toda clase de fluidos.

Volvió la mujer al reino, llegando el día antes de expirar la sentencia del rey y no encontrando nada que añadir al caldero, le incorporó lo único que halló a mano, los hollejos de unas uvas que un vecino iba a echar a los marranos. Destiló la mujer a partir de ese orujo, durante toda la noche, un líquido claro cuya fuerza y sabor fueron de su gusto, aunque bien sospechaba que no encerraba ninguna de las propiedades requeridas.

Le entregó a la mañana, cansada y temerosa, una vasija al rey, el cual probó aquel líquido en criados y nobles, no atreviéndose en primera instancia a probarlo en si mismo, y quedó admirado en tanto ahuyentó meigallos, alivió dolores de tripas y muelas, y alegró los espíritus.

Encantado por el prodigio, salvó el rey la vida de la feiticeira y de su hijo y ordenó presto que todo orujo de uva fuese utilizado para la confección de esa agua ardiente, para lo que también ordenó se construyesen tantos calderos de cobre como casas hubiese en el reino.

Cuentan antiguos cronistas de la época: “ Fixo o rei grandes festas do a xente bebeu o augardente e bailou coa música de Gallaecia, Caledonia e Hibernia que facían coas cornamusas uns xograres que tomaron o nome do caldeiro: ALAMBIQUE”.

Fernando Molpeceres